La gente de mi pueblo enloquece en primavera

22.10.1982 00:55

Publicado en El Observador (Buenos Aires), el 22/10/1982 (sic)

 

En mi pueblo aprendimos desde chicos que el periodismo es una gran mentira. Cuando venían (iban) los grandes equipos de fútbol, perdían y leíamos días después –siempre publican las cosas días después. Que no se podía jugar en canchas poceadas, chicas y sin alambrado. Cuando un señor que estaba parado al lado nuestro gritaba como loco, micrófono en mano que veía pasar a Oscar Galvez a 200 kilómetros del lugar. Cuando leíamos que este año está todo más caro que en Buenos Aires, que no va a venir nadie, que la temporada sereá un fracaso.

Mi pueblo se llama Mar del Plata. Y allí también se miente: cada vez que entran tres autos juntos por la ruta 2, algún periodista cree que ingresaron alrededor de cien mil turistas al balneario.

Debe ser la venganza. Una vez escuché que en Mar del Plata instalaban semáforos para carros (habían logrado filmar aun vehículo de tracción sangre en una esquina semaforizada de la avenida Juan B. Justo). Otra vez, un gran periodista tuvo que ir y volver en tan poco tiempo que creyó ver la loma de Colón en la calle Corrientes, supuso que un vespertino salía a la mañana y creyó que los tacheros se mueren de hambre los días de lluvia.

Grandes barrabasadas se han leído y escuchado en mi pueblo. Tantas, que todos creíamos que el dinero de Punta del Este pagaba las campañas. Pero no. Eso no puede ser cierto porque pasado el tiempo hubo quienes creyeron que ya nadie irá a Mar del Plata, con la cantidad de argentinos que compraron departamentos en Miami.

Creo que los habitantes de Buenos Aires –entre quienes hay, todavía, algunos porteños- aman y odian a mi pueblo, alternadamente, mientras esperan el feliz momento de jubilarse e irse a vivir allá. El momento en que lo odian es en la primavera, y creo que tienen razones para hacerlo.

Es que en mi pueblo, cíclicamente, la gente se vuelve loca cuando llega la primavera… y amenaza con despojar de todos sus ahorros invernales (¿) a cuanto sujeto ose anunciar que llegado el verano pisará nuestras sagradas playas.

La ofensiva, corrientemente, la inicia el Colegio de Martilleros, so pretexto de poner coto a los abusos en los alquileres de temporada. De inmediato, inorgánicamente, se suman cuantos pueden.

El ciclo comercial marplatense consta de: euforia expectante en primavera, euforia temerosa en diciembre, euforia aliviada en enero, depresión en febrero, llanto en marzo. El llanto de marzo suele presentarse ante los forasteros como el resultado de una magra temporada, pero los comerciantes lloran –en realidad. Porque se terminó el jolgorio.

No ha habido temporadas trágicas en Mar del Plata ni cuando estuvo cerrado el Casino (antes, la gente creía que sólo se iba a escolasear). Pero siempre se voló alguna golondrina antes de tiempo o alguien falló en el cálculo y quedó en la rama. (El auténtico drama de mi pueblo es el drama de la industria, pero ese es un cuento nacional, no regional).

En mi pueblo –lo dije y lo reafirmo- la gente se vuelve loca en primavera, cuando los tilos de la diagonal Pueyrredón entran en cortocircuito con los plátanos, y el polen de la plaza principal hace estornudar al San Martin viejo que el coronel Martí Garro (intendente de facto) quería trasladar por no estar de a caballo ni con uniforme militar.

Los carteles de Se Alquila Temporada empiezan a salir del galponcito, los hoteleros afilan las calculadoras y las boutiques preparan el zarpazo. Da miedo preguntar precios: un chalecito en Parque Luro, tres habitaciones, cuatro mil palos enero y cuatro mil quinientos febrero. La doble de hotel, un millón de los nuevos por noche, el desayuno se lo paga usted.

Marplatense y todo, uno va y se asusta. Puede llevar a evaluar –como los periodistas de otros tiempos- que con estos precios no va a ir nadie a Mar del Plata. No lo crea. A pesar del esfuerzo de los escéticos y la crisis, la gallina de los huevos de oro no morirá.

En diciembre, el temor ahuyentará a la locura, y como todos los años –antes y después de Martínez de Hoz- la gente de mi pueblo tendrá que dreconocer que, por mucho que le pese, mar del Plata pertenece al mismo país que Córdoba y Buenos Aires. Aunque los periodistas sigamos creyendo que es la ciudad más cara del mundo.

ANDRÉS SOTO