Algo iba a pasar

26.02.2011 00:00

Este artículo fue publicado el 26/01/11 en el diario Perfil de Buenos Aires.

 

Algo iba a pasar.  Estuve en El Cairo, Luxor, Asuán y Alejandría la semana pasada, y todo el mundo –analista, taxista o transeúnte- coincidía en que la gente estaba cansada y saldría a la calle luego del ejemplo tunecino. Los egipcios con los que hablé –pequeño muestreo de ocho días entre templos, tumbas, pirámides y Biblioteca- ni se acuerdan de Nasser, aman a Sadat y desprecian a Mubarak. Pero mucho más que al propio Mubarak lo que rechazan es todo lo que él y su camarilla representan en materia de autoritarismo y corrupción. La presunción de impunidad que significaba la certeza de que el presidente dejaría como sucesor a su propio hijo había creado una fuerte sensación de desasociego que compartieron todos nuestros interlocutores.

No es el 9% de desocupación, ni el 20% pobreza, como cree la CNN, lo que sacó a la gente a las calles. El anuncio de que ni la muerte de Hosni Mubarak, enfermo y octogenario, traería un cambio, es lo que forzó el descontento. Sólo faltaba el fósforo. Las redes sociales y la cobertura del mundo árabe que hace la cadena Al Jazzira permitieron  a los egipcios seguir de cerca el ejemplo tunecino y les dejaron entender que una movilización popular sería posible.

La macropolítica mundial bajaba a nivel de tierra en cualquiera de las ciudades egipcias.  Banderolas del Che enarboladas en lanchas que navegan el Nilo pueden ser meramente anecdóticas, pero “la gente” no quiere a Estados Unidos, el gran protector del régimen. Se respira un nacionalismo que parece más emparentado con el orgullo de un pasado milenario que con la “tercera posición” de los años cincuenta. 

El mismo día que tibiamente comenzaron las manifestaciones frente a la embajada tunecina, se sabía que “algo iba a pasar”  pero se podía caminar por la plaza Tahrir sin más riesgo que esquivar viejos taxis Lada o destartalados buses que contrastan con un Metro mejor que el de Buenos Aires.

El Cairo es un desorden perpetuo, una ciudad de 20 millones de habitantes donde cruzar una avenida es turismo-aventura, con tránsito caótico, la arena del desierto cercano convertida en smog, los edificios casi todos sin revoques ni pintura, pero también con zonas ricas, countries y lujo extremo. Alejandría (Biblioteca aparte) no es menos caótica que la capital, y sus edificios y sus tranvías compiten en decadencia. 

Los egipcios que conocimos son orgullosos de sus riquezas, hablan de su petróleo y sus 8 millones de hectáreas cultivables y creen que todos sus males son producto de la corrupción gubernamental.  No parece probable que la situación actual derive en el extremismo islámico. En las calles de El Cairo es abrumadora la mayoría de mujeres con sus cabezas cubiertas (80/90%) pero las que ocultan sus caras con nikabs no son más que las que muestran libremente sus cabelleras. Nos contaron con orgullo la versión de que muchos judíos no quisieron abandonar Egipto a pesar de las promesas pecuniarias del estadio israelí.

Lo que está pasando en Egipto es parecido al “que se vayan todos” que vivimos en la Argentina, concentrado en Mubarak y su camarilla. Pero no hay mucho más para comparar. Se supone que cuando Obama le suelte la mano, el régimen caerá, y no es probable que Estados Unidos pueda controlar a un futuro gobierno democrático, presumiblemente moderado, indudablemente musulmán y seguramente nacionalista.

Con 80 millones de habitantes, el Nilo encauzado y  el canal de Suez bajo su control, Egipto puede recuperar para sí la llave del mundo árabe.