La almendra es una cosa sencilla

18.10.2018 12:35
Mininotas del ruido:

 

La almendra es una cosa sencilla

 

En la noche del miércoles soplaban fuertes ráfagas desencadenadas como consecuencia del desequilibrio provocado por una zona de baja presión ubicada sobre el Atlántico, al este de las costas de la provincia de Buenos Aires y otra de alta presión situada sobre Chile, según decían los chirriados informativos radiales, o sea que hacía un frío de los mil demonios, y había un viento como para salir a la calle con un ancla. La cosa se había puesto negra negra. A las diez de la noche, los bolicheros vislumbraban una jornada magra. El fotógrafo ya quería sacar sillones vacíos. Hasta que sin saberse bien de donde salían, empezaron a caer parejas y parejas, y la cosa negra empezó a aclararse. A medianoche, el panorama del ruido hacía olvidar el chirriar de los árboles de Costitución, y el frío que se tomaría para pasar del boliche al auto, o para enganchar un taxi.

 

El boliche de José

 

Estaba en Notte. Pero después se fue a conocer Ye-Ye. “¿Cómo anda la jauría?”, dijo don Juan José Pizzutti, y lo ubicaron de frente a la pista, balconeando desde el primer piso. Por supuesto, no le interesaba hablar de fútbol. Además, eso no nos interesa a nosotros. Para algo están 014 e IBM Press, los espías de la noche de la sección deportes, y para algo está la página 19 dónde IBM se despacha con todo, porque también andaba por Ye-Ye, dice que trabajando con su amiguita Birdie, que no parece ser cronista. Entonces, nos fuimos. Y ésto no lo sabe IBM. En la puerta nos cruzamos con el “panadero” Díaz, que bajando de su coupé entró corriendo al boliche. Un minuto después salía, y lo apuraba a Basile: “rajemos de aquí, que está el cabezón...”. Ni siquiera fueron a Cero Cinco, donde los estaban esperando, sino que “rajaron” para el centro, con el pie derecho bastante estirado.

 

Matokos con ruido propio

 

Matokos hizo reformas. Ahora tiene la única barra con sillón. Pero algo mucho más importante: sobre un estrado, cuatro muchachos aúllan temas en inglés a pista repleta, y con luces sicodélicas que atraviesan el boliche en todas direcciones. El conjunto suena realmente bien. Los muchachos se llaman C arlos Emilio, Rodofo, Teddy y Luis Alberto: todos juntos, Almendra. Algunos tienen chivita y todos pelo largo, muy largo. Promedian veinte años, y no les gusta cantar en inglés, aunque guste cómo cantan en inglés. “Se terminó la época de repetir lo que hacen los demás, o de hacer traducciones y listo. Tenemos que cantarle a lo nuestro. A lo auténtico”.

 

La almendra es una cosa útil

 

Las palabras de los Almendra no coincidían con lo que habían hecho -y bien- unos instantes antes sobre el estradito de Matokos. Pero ocurre que lo que quiere la gente es eso, y eso le dan. Porque el nuevo equipo que compraron costó un millón de pesos “y hay que pagarlo”. Almendra canta otra cosa: “Voy a remontar el cielo / voy a perforar el hielo”. Almendra quiere hacer poesía. Quiere ser útil. Y quiere ser auténtico. “El del pelo largo es un movimiento universal. Es una bandera”. Pero no se identifican con Beatles ni con Rolling Stones, ni con nada de afuera. “Nosotros cantamos lo nuestro. Ellos se meten LSD, ven alucinaciones, se envuelven en la música, y eluden todo. Nosotros tomamos mate, y cantamos a lo que nos rodea”,

 

Cuerda para mucho

 

Los Almendra tienen cuerda para mucho. Con ellos hay que hablar horas. Son juventud que quiere hacer algo. Y eso es importante. Como siguen en Matokos, habrá gtiempo para charlar y matear (el mate es una infusión desintoxicante y desextranjerizante que no tiene vigencia en el ruido). Anoche, entre lo más selecto de la platea, escuchaban al conjunto Roberto Alchourrón (de lo mejor en jazz, director de orquesta y acompañante de Violeta Rivas y Fabián) y Miguel Abuelo, uno de los desaparecidos “Abuelos de la Nada”, un conjunto que hacía buen ruido. De otro ámbito, triangulaban en una mesa para seis Silvina Rada, Ricardo Bauleo y “el Lorenzo” de Mis Hijos y Yo, Aldo Bigatti.

 

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La noche de las narices frías, cerrada en la madrugada con una invernal temperatura de cinco grados, no pudo congelar el ruido.

 

(Diario El Trabajo, Mar del Plata, 19 de enero de 1969)