Mi pueblo resiste cualquier cascoteo
Publicado en el diario El Atlántico de Mar del Plata el 12/02/12
Se lo copié a Mario Trucco. Digo “mi pueblo” y alguien pregunta cómo se llama. Digo Mar del Plata, se sorprenden porque “es una gran ciudad” y comienzan los elogios para el lugar donde (casi) todos querrían vivir.
Un amigo tiene otra estrategia. Se resiste a decir de dónde proviene, hasta que finalmente cede: “soy marplatense”. “¿Y por qué no lo querías decir?”. “No me gusta fanfarronear”.
Hace 35 años que trabajo fuera de Mi Pueblo con Mar, aunque vuelva a casa a cada rato, y en la epidermis de la ciudad se oyen las mismas cosas, temores que van y vuelven, críticas, entusiasmos, premoniciones. La sensación es rara: una ciudad maravillosa, eternamente inacabada.
Que va y viene, como los turistas, como las olas. En realidad, como el país.
Amada y cascoteada desde siempre. Entre los no-amigos de la ciudad se ha destacado un filósofo porteño que niega al fútbol y al rock como parte de la cultura. Vale la pena recordarlo, ahora que las páginas amarillentas se reproducen como verdades por Internet. Sobre finales de los 60, luego de su valioso y exitoso “Buenos Aires, Vida Cotidiana y Alienación”, Juan José Sebrelli tomó algunas teorías alemanas muy interesantes, sintetizó bien la historia marplatense, se entrevistó con algunos “iluminados” locales de la época y pergeñó “Mar del Plata: el ocio represivo”. Luego de unas 70 páginas de historia bien interpretada, el filósofo antifútbol decía cosas como ésta: “La propaganda de la industria de la diversión crea en todos los jóvenes del país la ilusión de una Mar del Plata desenfrenada donde se suceden las fiestas más locas que puedan soñarse en medio del aburrimiento de un sábado a la noche en una ciudad de provincia. Cuando llegan se encuentran con un mundo de familias apacibles que van al cine, a veces al Casino, o que recorren la calle San Martín, mirando vidrieras, como lo hacen en la calle principal de cualquier ciudad provinciana”.”Pero a los pocos días todos los jovencitos repiten la misma cantinela desilusionada: aquí no pasa nada”. (ja ja ja)
Cual si fuera el abanderado de las minorías esclarecidas, Sebrelli afirmaba que “los sacrificios exigidos por las vacaciones son siempre mayores que los exiguos placeres que otorga; interminables esperas para sacar pasaje, excitación de los preparativos, incomodidades del viaje, búsqueda de hotel, mala alimentación, trastornos gástricos por el cambio de régimen, problemas de estacionamiento para el que tiene coche, problemas de transporte para quienes no lo tienen, ambiente de agresividad constante”. Un texto divertido para decirlo a la velocidad de Tato Bores, nefasto para quien tendría como opción a esos padeceres (luego compensados por el mar) a los 35° del asfalto metropolitano.
Otra: “Miles de millones de pesos de producción potencial se desperdician en una ciudad suntuaria, totalmente improductiva (sic) como Mar del Plata”.
“El auge de la propiedad horizontal trajo como consecuencia la decadencia de la industria hotelera”, profetizó años antes de las inauguraciones del Sheraton y el Costa Galana.
“El día que todos los habitantes de Buenos Aires pudieron ir a Mar del Plata, ésta dejó de ser la playa salvaje de los primeros años para convertirse en una réplica exacta de Buenos Aires, con sus mismos problemas urbanos”, simplificaba el filósofo, sin sacar la cuenta de cuántos residentes del conurbano bonaerense conocían nuestras playas.
Cincuenta años después, Sebrelli sigue odiando el presente, como definió el filósofo contemporáneo Tomás Abraham: “no sólo es severo respecto del presente, sino inquisitorial”, remató el colega.
Aquel año en el que Sebrelli presentó su libro, estallaba la avenida Constitución de Ye-Ye a Krakatoa, pasando por Matokos, boliches desaparecidos –ciertamente- pero reciclados en otros en los que ¿seguirá sin pasar nada?.
La diatriba del filósofo es inocua. Pero no fue el primero ni el único que vislumbraba nubarrones en la costa. Antes que viniera Sebrelli, la histórica y venerada Primera Plana publicó un artículo en el que el redactor creyó ver la Loma de Colón en la calle Catamarca y “una larga cola de taxis esperando pasajeros bajo la llovizna”, en tiempos anteriores al remis y el radiotaxi y en los que en un día de lluvia ni valía la pena llamar a la parada porque estaban todos circulando.
Antes aún, en el comienzo de los 60, una huelga de empleados de Casinos hacía suponer a muchos que “sin Casino nadie irá a Mar del Plata”. Vale aclarar para quienes no lo sepan que por aquellos tiempos había quienes decían que la única atracción de Mar del Plata era el Casino; es cierto que el teatro era escaso (Miguel Bebán en su carpa, algo en el Auditorium, el Sacoa), en Constitución asomaba Pancho Freddy, el fútbol de verano se jugaba en Colón y Marconi… pero ni el casino más grande del mundo –precisamente el nuestro- podría albergar a todos los turistas que llenaban las playas año tras año.
Las falsas premoniciones siguieron. Por los años 80, cuando todavía no se hablaba de “medios hegemónicos”, el Gran Diario Argentino descubría manchas de petróleo que avanzaban sobre las playas y amenazaban la temporada veraniega, además de otras plagas que las malas lenguas relacionaban con un negocio rioplatense.
En los 90: “Con estos precios, todo el turismo se volcará a las playas brasileñas”.
Nadie negará que hubo años malos y peores, pero nunca fue por el ocio represivo, las manchas de petróleo, la falta de Casino ni las “campañas antimarplatense”. En el inicio de las vacaciones de invierno del 89, en todo el recorrido de la ruta 2 no pasé ni me pasó un solo auto. Esa vez sí que no vino nadie (o casi), ni a Mar del Plata ni a ninguna parte.
Pero las olas van y vuelven.
Como toda actividad “suntuaria” (valen las comillas, porque en realidad no lo es), el turismo se maneja ampliando el PBI. Es decir, cuando el Producto Bruto Interno de un país baja, el turismo baja mucho más, y cuando el PBI crece, el turismo crece mucho más.
Julio César Gascón, además de darle nombre a la calle intermedia entre las del negro Falucho y el cura Alberti, fue intendente (conservador) hace casi un siglo. En sus “Orígenes Históricos de Mar del Plata” escribió que: “ la costa de este partido de General Pueyrredón constituye una excepción en el litoral uniformemente medanoso de la Provincia de Buenos Aires, por la acumulación de pórfidos cuarzosos y feldespáticos que afloran en distintas partes de la misma, adquiriendo la mayor elevación –35 metros- en Cabo Corrientes”. Muy técnico, para dejar claro que la belleza de esta costa es muy anterior a todos nosotros.
Esa es sólo una de las razones por las cuales no hay que temer a las profecías apocalípticas. Claro, siempre y cuando no nos quedemos dormidos en la arena, por no decir En los Laureles.
José Andrés Soto
PORFIDO: m. Roca eruptiva, compacta y dura, formada por una pasta vítrea oscura y granulada en la que se incrustan grandes cristales de feldespato y cuarzo: la tumba de Napoleón está hecha de pórfido.