Nunca será Maradona

01.04.2010 17:20

 

(Publicado en marzo 2011 en la revista juvenil iPop, de Chile)

 

El 22 de febrero del 2006, en la terminal de buses Alameda, vi por primera vez a un chileno con la camiseta de Messi. Ese  mismo día, en Stamford Bridge, Leo, solito, le hizo ganar al Barcelona el partido de ida de los octavos de final de la Liga de Campeones contra el Chelsea, y algunos se animaron a decir que Messi ya era tan bueno como lo había sido Maradona. Lindo tema para bajar unas birras sin tener que hablar de cuestiones más pesadas, pero tan inútil como inconducente. Messi nunca será Maradona.  Ni Pelé, ojalá. Ni Distéfano, probablemente.

A ver: te pido que digas ”Maradona”. En voz alta. “Maradona”. Se llena la boca, es sonoro, rotundo, contundente. “Messi”, en cambio, como  “Pelé”, es corto, blando, débil, sólo dos vocales. En radio y televisión, tanto el apellido de uno como el apelido del otro son ayudados casi siempre por el ampuloso “O Rei” o el humilde “La Pulga” para mitigar su intrascendencia sonora.

Maradona se basta solo. Se hizo solo. Recogió el apellido de un obispo jesuita testarudo que fue expulsado de América, volvió laico al continente, se hizo político, bregó por la independencia y sembró hijos y entenados en lo que hoy es Argentina. Nació,  Diego, en las carencias bonaerenses de Villa Fiorito, cerca del Riachuelo, allí a donde habían llegado sus padres desde la pobreza santiagueña.  Fue “cebollita”, deslumbró en Argentinos Juniors y Boca, y partió a Europa sin protección. En Barcelona lo atrapó la droga. En Napoles fue más que San Genaro. En la Argentina lo aman y lo odian, desmesuradamente, los mismos, un día una cosa, el otro día la otra. Tal como es Maradona.

Messi, dicen algunos, es como un jugador de play-station. Lo dicen por sus movimientos fulminantes, sus corridas tikitikitiki, su forma de llevar la pelota pegada al pié, pero también podrían decirlo por la aparente falta de emoción. Messi jamás lee un libro, tiene una novia “de barrio”, es un buen pibe.

 Maradona inducía al grito desgarrador, el abanderado rebelde del napolitano pobre frente al norte  rico, la puteada sudaca ante un estadio europeo enmudecido por su enjundia. Fuera de la cancha diverte o decepciona, decía y dice incongruencias, defiende lo indefendible, sepulta detrás de la línea las maravillas que regaló en la cancha, o despide frases brillantes (“la pelota no se mancha”,  “se le escapó la tortuga”).

Messi no hará ni lo uno ni lo otro. Seguro que no lo hará. Sus goles son para aplaudir, disfrutar, pequeñas obras de arte no menor.  Corre a festejar con alegría, sin bronca. Nunca tuvo hambre y sin hambre no hay bronca. Nació en Rosario, una buena ciudad para vivir, pasó rápido por Lleida/Lérida y a los 14 años llegó a Barcelona, una maravilla de ciudad si te cuidan y te educan como lo hacen en La Masía, la magnífica escuela de fútbol y comportamiento del club catalán. Su picardía es futbolística, sus frases son anodinas, no hay forma de odiarlo.  Dice, por ejemplo, “soy jugador de fútbol y eso es lo único que me interesa ahora”. Un opio para el periodismo amarillo. Leo es para ver, no para titular.

“Cuando el fútbol profesional me desengaña demasiado, me voy por la rambla de Montevideo a ver a los chiquilines jugando en los campitos”, ha dicho Eduardo Galeano. Ahora tiene otra posibilidad: encender el televisor y ver a Leo Messi, “el mejor del mundo –según él mismo- porque no perdió la alegría de jugar por el hecho simple de jugar, juega como un chiquilín en su barrio”.

Su romance con la pelota es tan grande y tan auténtico como el que tuvieron Maradona, Pelé, Distéfano y millones más en el mundo, pero ni siquiera Los Más Grandes de Todos los Tiempos pudieron dar tanta alegría a tanta gente, hacer disfrutar de jugadas que no sabemos cómo serán, que siempre esperamos que lleguen, y siempre llegan”.

Cuando debutó Maradona, la televisión argentina transmitía en blanco y negro. Cuando debutó Pelé, los partidos se grababan en videotapes que se enviaban por avión. Sólo algunos fragmentos fílmicos recuerdan cómo jugaba Di Stéfano. A Messi lo repetimos en Youtube cuantas veces queremos, y mientras siga jugando nada nos priva de soñar que lo veremos en vivo, en Santiago, Barcelona, Buenos Aires o donde sea. Por suerte, queda mucho para disfrutar.  Ojalá no haya sombras en su futuro, como las tuvieron Maradona y Pelé. A uno se lo comió la droga, al otro el dinero, a ambos su personaje.

Dijimos que Leo jamás será Maradona, deseamos que nunca sea Pelé. “Com a boca fechada, Pelé é um poeta", dijo Romario, el mejor definidor dentro del área de las últimas décadas. Pelé “fala besteiras” pero también las hizo: le quebró el tabique nasal de un codazo al argentino José Messiano, en el  64;  quebró una pierna al alemán Kiesman en un amistoso en el 65, y fracturó al mineiro Procópio en el 68.  Tal como Maradona en Italia, fue obligado judicialmente a reconocer una paternidad, y se dice que Xuxa era menor de edad cuando iniciaron la relación amorosa que llevó a María Da Graca Meneghel a convertirse en la reina de los bajitos. Nada de esto empalidece su carrera profesional, porque si no es el mejor –como él quiere y proclama- al menos es uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos, y eso no es poco. El lustre de su pasado le permitió llegar a ser ministro de Deportes de su país, a pesar de haber apoyado la dictadura argumentando que  “el pueblo brasileño no sabe votar”.

Provenientes del Argentinos Juniors  de Borghi y el Newells Old Boys de Bielsa, los dos mejores semilleros argentinos (“cantera”, le llaman en España), la prensa pretende que Diego y Leo se disputen el cetro que O Rei sólo puede defender con palabras y nostalgia, además de un admirable record de 1.283 goles, la mitad en torneos oficiales. Los más veteranos, cada vez menos por razones biológicas, sostienen que el mejor de siempre ha sido Alfredo Di Stéfano, un goleador inmenso, jugador de toda la cancha, luego buen técnico, un sabio del fútbol que a los  85  años sigue honrando el palco del Real Madrid.

Para evitar discusiones inconducentes, se puede decir sin temor que Leo ya es El Mejor Jugador del Siglo XXI, aunque vale aclarar que si Maradona hacía con una naranja lo que Zidane con una pelota, como acertó Platiní, ahora Leo hace contra el Arsenal o el Real Madrid lo que mismo que Diego en el Club Parque o las inferiores de Argentinos Juniors contra chiquilines desesperados que le tiraban patadas y no lo podían alcanzar.

Lionel Andrés Messi nació el 24 de Junio de 1987 en Rosario, una ciudad de poco más de un millón de habitantes, a 350 kilómetros de Buenos Aires. A los 5 años jugaba en el Grandoli, un club barrial de fútbol sala dirigido por su padre. A los 7 años pasó a las divisiones inferiores de Newells Old Boys. En 1998, a los 11, River Plate intentó incorporarlo, pero durante las pruebas médicas se le detectó un retraso en el desarrollo óseo causado por un bajo nivel de hormonas de crecimiento. El tratamiento tenía un costo de 900 dólares mensuales, que ni Newells ni River se plantearon asumir. La fundación Acindar, de la empresa metalúrgica en la que trabajaba su padre, se hizo cargo durante un tiempo, hasta que la familia Messi decidió emigrar a la ciudad catalana de Lérida, a 156 kilómetros de Barcelona, donde vivían unos parientes. En setiembre del 2000, a los 14 años, hizo 5 goles en su primera prueba en el Fútbol Club Barcelona. Deslumbrado por su destreza, el técnico Carles Rexach le firmó un contrato simbólico en una servilleta. Leo se incorporo al club, que se hizo cargo de todos los gastos de su tratamiento. Jugó sucesivamente  en Infantil A, Cadete B, Cadete A, Juvenil A, Barça C y Barça B: marcó 37 goles en 30 partidos. Debutó en la selección argentina sub-20 en un amistoso contra Paraguay marcando dos goles, antes de su primer partido en el Barça el 16 de octubre del 2004  (1-0 contra el Espanyol). El 1 de mayo del 2005, antes de los 18 años, se convirtió en el jugador más joven de la historia del Barcelona en marcar un gol en un encuentro de Liga, frente al Albacete. En el 2005, fue la figura del Mundial Juvenil sub-20 disputado en Holanda, en el que Argentina fue campeón y Leo ganó su primer Balón de Oro al mejor jugador y Botín de Oro a máximo goleador.

En la selección mayor de Argentina nunca tuvo mucha suerte. Debutó el 17 de agosto del 2005 en un amistoso frente a Hungría, y fue expulsado al minuto de juego por error del árbitro.  En el Mundial del 2006, la expulsión del arquero Abondancieri impidió que ingresara en los minutos de alargue contra Alemania, que serían fatales en los penales. En el 2010, un estrafalario planteo táctico de Diego Maradona lo aisló del circuito de juego y esta vez Alemania fue un justo verdugo.

Los argentinos esperan disfrutarlo por fin en plenitud con la camiseta de su país en la próxima Copa América. Allí, su exquisito slalom tendrá que enfrentar nuevas aventuras: los temibles defensores sudamericanos.

Messi, entre otras cosas, es resultado de la mezcla de genes futboleros argentinos, tecnología del más alto nivel mundial y la organización holandesa que el Barça adoptó a partir de Johan Cruyff, untados por el dinero que uno de los mejores clubes del mundo administra como nadie. Por eso también Messi es un poco Iniesta, un poco Xavi y mucho Guardiola. El mejor solista, que luce mejor en una gran orquesta. Un artista que queremos disfrutar, que no será Maradona, que ojalá nunca se convierta en el político acomodaticio que fue Pelé, que dentro de 50 años lo veneren en España como hoy lo hacen con Di Stéfano, y que nunca se vea obligado a ser ejemplo de nada ni de nadie. Porque su mundo mide 107 x 72, y ahí lo queremos.

 

José Andrés Soto